Calla mi historia cuando estoy a tu lado, porque sin ti es vana toda intención de querer contemplar mis días con la imagen borrosa de tus labios, que se disuelven en mis sueños.
Callan mis placeres cuando te percibo; más aún, cuando entiendo que contigo no existen placeres, sino tan sólo el regocijo que regala el verdadero amor que atonta a todo paladar lascivo y enceguece a toda mirada que atiende lo externo.
Lentas van mis huellas a tu búsqueda, porque de tanto en tanto padezco las esperanzas de que un día serás mía, y cuando comprendo que vivo de sueños, me detengo a borrar mis caminos hacia ti para inventarme algunas nuevas opciones.
Sueño un día en el que podré revelarme a mis huesos, y podré entregarte mi piel para que veas mi interior. Sueño una noche en que me veas a la distancia con tus ojos empañados de mí, y tus ansias esperando por mi presencia.
Hablamos con mi letargo un poco de ti y de lo que jamás tendremos de tu historia. Y sigo viviendo aunque muriendo a momentos; y mientras tanto, voy buscando un sentido a los azotes invisibles que me doblegan a lo que deseo y no puedo obtener de tu mirada.
Sufro algunos lugares que has andado, mientras mis fantasías me hablan del silencio mágico que predica la esperanza.
Me divierte encontrarme imágenes lejanas que atesoran aquellos instantes que, aún recordándolos me traicionan, pero que ocupan un tímido lugar en mis horas actuales que no me dejan que me vea tan insensato, como para querer acariciarte en el aire de lo que fue.
Dime una vez más que son los sentimientos que incautos delante de mí y aún heridos de rabia y abandono, me van llamando para que algún día decidas aceptarlos ya viejos y seniles.
Dime una vez más, si dentro de este cuerpo que ya no es mío, no verás algo de lo que tengas piedad.
Pero culpable soy de llevarte a mi cielo y dibujarte en mis estrellas como si fueras la guía de mis amaneceres.
Presiento que acaso una madrugada te detengas a pensar en mí, y desees sobornar a mi alma para que te regale algunas palabras que tal vez nunca oirás de mis labios.
Flagelo es tenerte a mi lado actuando mil historias contigo que nunca serán, mientras mi alma trata de decirte que mi corazón se entrega a tus pies, como aquel que sabe de honor y no ostenta de ser cauto aunque la muerte siga sus pasos.
Silencio es entonces lo que tengo; más, no hablaré de lo que soy en mis días de vida, sino de aquello que soy cuando tu amor no me deja morir.
Eres mi aflicción más sublime; y yo, el recuerdo viejo que a veces limpias cuando estás sola.
Y sé… que culpable soy de llevarte a mi cielo.
Callan mis placeres cuando te percibo; más aún, cuando entiendo que contigo no existen placeres, sino tan sólo el regocijo que regala el verdadero amor que atonta a todo paladar lascivo y enceguece a toda mirada que atiende lo externo.
Lentas van mis huellas a tu búsqueda, porque de tanto en tanto padezco las esperanzas de que un día serás mía, y cuando comprendo que vivo de sueños, me detengo a borrar mis caminos hacia ti para inventarme algunas nuevas opciones.
Sueño un día en el que podré revelarme a mis huesos, y podré entregarte mi piel para que veas mi interior. Sueño una noche en que me veas a la distancia con tus ojos empañados de mí, y tus ansias esperando por mi presencia.
Hablamos con mi letargo un poco de ti y de lo que jamás tendremos de tu historia. Y sigo viviendo aunque muriendo a momentos; y mientras tanto, voy buscando un sentido a los azotes invisibles que me doblegan a lo que deseo y no puedo obtener de tu mirada.
Sufro algunos lugares que has andado, mientras mis fantasías me hablan del silencio mágico que predica la esperanza.
Me divierte encontrarme imágenes lejanas que atesoran aquellos instantes que, aún recordándolos me traicionan, pero que ocupan un tímido lugar en mis horas actuales que no me dejan que me vea tan insensato, como para querer acariciarte en el aire de lo que fue.
Dime una vez más que son los sentimientos que incautos delante de mí y aún heridos de rabia y abandono, me van llamando para que algún día decidas aceptarlos ya viejos y seniles.
Dime una vez más, si dentro de este cuerpo que ya no es mío, no verás algo de lo que tengas piedad.
Pero culpable soy de llevarte a mi cielo y dibujarte en mis estrellas como si fueras la guía de mis amaneceres.
Presiento que acaso una madrugada te detengas a pensar en mí, y desees sobornar a mi alma para que te regale algunas palabras que tal vez nunca oirás de mis labios.
Flagelo es tenerte a mi lado actuando mil historias contigo que nunca serán, mientras mi alma trata de decirte que mi corazón se entrega a tus pies, como aquel que sabe de honor y no ostenta de ser cauto aunque la muerte siga sus pasos.
Silencio es entonces lo que tengo; más, no hablaré de lo que soy en mis días de vida, sino de aquello que soy cuando tu amor no me deja morir.
Eres mi aflicción más sublime; y yo, el recuerdo viejo que a veces limpias cuando estás sola.
Y sé… que culpable soy de llevarte a mi cielo.
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